sábado, enero 24, 2009

hace tiempo...

-"Hace tiempo comprendí que más vale la pena pensar en uno mismo"- siempre me decia Ahora yo intentaba escribirle algo, pero el papel seguía en blanco. Daba igual cuanto lo mirara o lo dejara de mirar, era lo mismo si fijaba su vista en un punto de su habitación o si decidía intentar que su imaginación escapara por al ventana. El papel seguía en blanco.


La pluma fue un intento de hacer que las palabras le cogieran escribiendo, pero ante la impotencia que sentía al no poder dibujar el contorno de una sola letra, no hizo más que cambiar el aspecto de su situación. Al menos, ahora tenía algo para escribir en la mano.


Una gota de tinta se deslizó por la punta, atreviéndose a mancillar el papel inmaculado con una perfecta mancha negra. Suspiró, molesto, y volvió a guardar la pluma.


No podía esperar un milagro, no en su estado. Aquella era la forma más fácil de hacerlo. También la más cobarde. Se enfadó consigo mismo y retiró todo el material de la mesa de un furioso golpe. El papel y la pluma habían pagado el pato, pero él seguía mirándole con su eterna y prístina blancura (la mancha había quedado oculta), recordándole su fracaso. Aquella nada eterna era como un dedo acusador que no hacía más que probar lo que no era capaz de hacer.


Se dio la vuelta bruscamente y se oyó un portazo tras de sí. Sabía donde tenía que ir. No le gustaba, pero sabía donde era, el lugar exacto. Al principio tan sólo se propuso ir hasta allí, después, ya decidiría qué hacer. La luz del atardecer destilaba sangre ambarina y lo sumía todo en una especie de sueño extraño, ralentizando sus pasos aún más. Con cada suave golpe de sus pies en el suelo, un diminuto torbellino de arena se levantaba del suelo. Caminaba solo.Cuando llegó al linde, quedó inmóvil, no artificialmente estático como podría ser el caso del horror o la sorpresa, simplemente se paró, como si no tuviera más que hacer que contemplar los árboles, a los que lanzaba una mirada desafiante. “No me dais miedo” se mentía.


Su razón criticaba aquel comportamiento con fría lógica. No son más que lo que son, no puedes tener miedo de algo así. El corazón, más humilde, conocedor de verdades anteriores, sabía que aquella decisión conllevaba un riesgo, un riesgo importante. ¿Era aquella la única solución? No, pero sí la más sincera. ¿Tanto iba a sacar de aquello? Lo cierto es que nadie tenía aquella respuesta, las posibilidades echaban a volar hacia el infinito dentro de aquel lugar. ¿Valía la pena aquel viaje?... ¿Lo valía? Creía creer que sí... Mejor dicho, por mucho que le doliera, sabía que sí. Por su amigo habría ido hasta el Fin del Mundo. Pero aquello no era el Fin del Mundo. Era un lugar diferente. Muy diferente.

Había entrado ya en el sendero principal. Aquel camino era claro, no tenía piedras, ni musgo, ni existía peligro alguno. Además, era corto y, de hecho, la salida del bosque se atisbaba al final. Al otro lado llegaría a otro lugar, podía creer que era diferente, completamente distinto, que al final había pasado la prueba, pero en el fondo sabía que aquello no sería más que una triste farsa y que no haría más que caminar sobre sus huellas, escondiendo bajo un falso triunfo una derrota mayor de la que le llevó hasta allí.

A ambos lados del sendero, tan sólo sacando un pie de él, la más densa vegetación, el más oscuro e impenetrable misterio se extendía por doquier. Miró de lleno a la más aterradora oscuridad, la del propio corazón, y tragó saliva. Puede que dentro no encontrara una pantera negra o un tigre bengalí, pero las bestias que elegían aquellas tinieblas como cobijo eran de otra clase y hacía falta otra clase de valor, uno superior al común, que brillara con algo más que con el reflejo de un baño de oro, para hacerles frente.Una lágrima se escapó, furtiva. Lo haría. Lo haría por su amigo y sabía exactamente qué era lo primero que debía hacer. Se retiró la máscara, resquebrajada alrededor de la mejilla por una lágrima cristalina, y la dejó cuidadosamente sobre el camino de arena. Si entraba con ella, sólo daría vueltas y más vueltas. Además, allí no la necesitaba.


Los primeros movimientos no fueron fáciles, pero pronto sus pasos se fueron internando dentro de la maleza, hasta que su figura se perdió entre los troncos más gruesos. Comenzaba a acostumbrarse a aquel lugar; a sus grandes hojas verdes, tras las que se escondían nuevas plantas, nuevos enigmas, al ambiente extraño y familiar a la vez, a los sonidos desconcertantes, a los súbitos ataques de terror, a los encuentros inesperados, agradables y desagradables, pero sobre todo al paso inconstante de su caminar, lento la gran parte del tiempo, fluido y rápido como el agua en contadas ocasiones. Era hora de comenzar. En ese instante oyó algo no muy lejos de él. Una rama quebrada, unas hojas moviéndose. Por un momento pensó haber sentido algo cerca de él. Pero quizá no fuera nada. A veces aquel bosque producía vanas ilusiones

Buscaba una luz que no encontraba, un bálsamo que calmara una herida abierta en otro corazón, que había conseguido arraigarse en el suyo con extrema facilidad. Nunca intentó levantar murallas, nunca se le ocurrió poner un cerrojo y eso le había causado mucho dolor en el pasado. La razón de su viaje era aquella herida, abierta sin malacia, abierta sin tacto.

Aquella idea le agobiaba, le perseguía. Había fallado, había traicionado uno de sus más brillantes valores. Miró sus manos y pensó que ya no podía más. Aquello a lo que fue fiel toda su vida, el arte salido de su corazón, el milagro obrado tantas veces dejó de funcionar un solo instante y todo se derrumbó. ¿Cómo podía haber pecado en su virtud, fallado en lo que más orgulloso se sentía? ¿Tan patético era? ¿Tanto se engañaba a sí mismo?Bajo las ramas de un árbol, se acurrucaba y pretendía no llorar escondiendo la mirada. Había dejado de avanzar, tan sólo permanecía allí, angustiado, inmóvil. No era aquél el momento para ello, había algo que debía conseguir sin dilación y su egoísmo no sería el que le detuviera, así que, haciendo acopio de fuerzas, se secó el rostro, se levantó y siguió caminando.


De nuevo un chasquido le puso en alerta. Giró rápidamente sobre sus talones y... ahora sí, estaba seguro, había visto una sombra desaparecer delante de sus ojos. Comenzó a albergar interrogantes sobre si aquel bosque que pensaba conocía no incorporaba peligros que él aún no conocía, seres que, por primera vez, impidiesen que volviera a salir de allí con vida. En ese momento, de la nada saltó una bestia negra, fiera, terrible. Le amenazaba con terribles rugidos, impidiéndole el paso más allá de ese punto, lo que quería decir que sus pasos iban bien encaminados. Él levantó la mirada y la miró directamente a los ojos. Clavó sus iris en aquella pupila negra, profunda, con la que mantenía un duelo desigual. El animal seguía impertérrito. “No tienes poder sobre mí. Ya nos conocemos”. La bestia emitió un bramido espantosos, que hubiese helado la sangre a cualquiera. Pero ellos, a su pesar, eran viejos conocidos y se habían visto las caras hace mucho tiempo, quizá demasiado. Como dos viejos tigres que conocen los trucos del otro, se presentaron sus respetos y cada uno siguió su camino, no sin que la fiera le recordara una última vez que seguiría allí y que su muerte sólo iría ligada a la suya. Él giró levemente la cabeza y prosiguió su caminar. Aquella no era su sombra.

Había cometido una falta, sí, un acto terrible del que no podía más que apartar la vista, pues, aunque sus manos no fueran consciente del daño, habían sido ellas, había habido daño. Era hora de afrontar la verdad, de pedir perdón... Sintió una terrible punzada en el corazón. Pero... ¿existía el perdón?

¿Podía perdonarse algo a cambio de meras palabras? ¿Eran capaces simples sonidos de sanar una herida en un instante? No era un necio, sabía que aquello no dejaban de ser sueños de niñez. Entonces, ¿de qué sirve el perdón? ¿Para qué buscar una farsa, una mentira que cubra un hecho que jamás podrá ser borrado? Aunque pudiese borrarlo de sus memorias, aunque fuera capaz de volver atrás en el tiempo y evitar que aquello ocurriese de una manera o de otra, el hecho, la falta seguirían allí, pues una vez existieron. El perdón, por lo tanto, también engañaba con vanas ilusiones al perdonado. ¿Podía entonces creer en él? ¿Hasta qué punto era su esperanza capaz de tener fe en una quimera?

Su pie derecho tropezó con una piedra y él perdió el equilibrio momentáneamente. Cuando consiguió reponerse, se dio cuenta por primera vez de que había llegado a un claro, una pequeña zona despejada que, como si de un secreto jardín silvestre se tratara, destilaba algo de paz y tranquilidad en aquel lugar inexpugnable.

Sintió la necesidad de correr al centro, de disfrutar del cielo abierto y tumbarse sobre la fresca hierba verde. Contemplaba las nubes con una débil sonrisa y comenzó a darse cuenta de que...Un nuevo movimiento. Esta vez había sido muy cerca de él, se amparaba en los árboles que lindaban el claro.- ¡Quién es?- gritó, con el terror recorriéndole el cuerpo como el frío hielo.

Volvió a sentir un movimiento en uno de sus flancos, mucho más cercano que al anterior. Aquel era el momento de plantar cara a lo que quiera que fuera aquello. Sintió el susurro de un aliento y una voz calmada habló tras de él.

- Cuentan que en un bosque una vez dos caminantes perdieron todo rastro de sus senderos, sumidos en las tinieblas.

Una leve sonrisa se dibujó en su rostro.

-Cuentan que un día, perdida toda esperanza de volver a ver la luz, estas dos almas errantes se encontraron en un claro- continuó él.

- Y el primero preguntó...

- “¿Quién eres?”-“Aquel que sumido en las tinieblas, por los actos cometidos, busca el perdón.”-Y el segundo preguntó...


-“¿Quién eres?”

-“Aquel que sumido en las tinieblas, por los actos cometidos, busca poder perdonar.”

Se dio la vuelta y encontró la sonrisa amiga. ¿Podía el perdón curar aquella herida? Buscó en sus ojos y, como él le dijera una vez, allí halló la respuesta. Ambos amigos se abrazaron con fuerza, prometiéndose mutuamente no volver a separarse nunca más y decidiendo buscar juntos la salida a aquel laberinto.


Mientras se alejaban, los primeros rayos de la luz exterior comenzaban a filtrarse por entre las ramas. Puede que el perdón no curara las heridas, pero era el primer paso para que el tiempo y la confianza lograran hacerlo.

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